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Columnistas

No a la privatización

Santiago Humberto Gómez Mejía

Por Santiago Humberto Gómez Mejía

En Bucaramanga se privatizaron los intereses. Somos una sociedad significativamente egoísta, brutalmente individualista y vergonzosamente intolerante con la diferencia. Todo ello nos impide vivir civilizadamente practicando el principal de los preceptos democráticos: el bien común siempre, y de manera irrefutable, impera sobre el particular.

Los bumangueses nos quejamos de la movilidad y exijimos más y mejores vías, pero parqueamos en lugares prohibidos, seguramente para suplir necesidades privadas, sin tener en cuenta que atentamos así contra el interés de todos los otros usuarios del pavimento. No necesitamos más vías, pero sí menos carros que obstaculicen el tránsito por incumplir las normas más elementales del tránsito y la convivencia.

Nos quejamos de que el tráfico está imposible pero no aceptamos medidas que impliquen restricciones a nuestro derecho individual de tener carro y movilizarnos en él.

En esta ciudad la pirinola cae muchas más veces en “todos toman”, que en “todos ponen”.

Desadaptados dañan las luminarias del viaducto de La Novena para satisfacer la absurda, de por más arriesgada y fisgona necesidad individual de presenciar un acto público. Los andenes de la ciudad, quizás el espacio más público del paisaje urbano, están destruidos e invadidos.

Aquí lo público no es de todos, sino de nadie. Y justamente por ello es maltratable e incluso apropiable por parte de cualquiera. Por eso también, precisamente, las decisiones de política pública deben ser favorables a todos y no solo a unos pocos.

Lo privado y lo individual son la moneda de cambio de una sociedad cada vez más lejana a promover valores altruistas que transformen para bien lo que actualmente tenemos.

Una nueva mirada debe transformar el porvenir de esta ciudad privilegiada: aquella que encamine nuestros actos cotidianos hacia el entendimiento que debemos cuidarla, no porque ello me favorece a mí, sino también a mi vecino y aún a todos aquellos que desconozco pero que comparten un espacio vital en el cual pretenden ser tan felices como yo.