¿Por qué tanto grafiti?
Eso es lo que quizá muchos habitantes de Cabecera y transeúntes diarios de los parques del sector se preguntan.
Letreros coloridos con ciertos mensajes y otros con figuras abstractas son los que se observan en algunas paredes y murales desde hace cierto tiempo.
El caso más destacado y reciente quizá fue el del parque de La Loma, que fue limpiado y pintado de blanco por un grupo de exhabitantes de calle y en menos de dos días ya tenía grafitis.
También se ha visto en las afueras de colegios, escenarios deportivos, en pasajes concurridos y en zonas comerciales.
Pero ¿qué mueve a una persona a comprar una pintura en aerosol (en la mayoría de casos) y a rayar las paredes, algunas de propiedad privada y otros bienes públicos?
Gente consultó con tres docentes, quienes desde su área de estudio manifestaron su punto de vista frente a este comportamiento tan común en las ciudades.
Desde el ojo de una artista
Para Liliana Suárez Mantilla, licenciada en Bellas Artes y docente del colegio Aspaen Gimnasio Cantillana, el grafiti es una forma de expresión que busca rebelarse ante situaciones de inconformidad social pretendiendo despertar en el observador un cuestionamiento interno, ya sea a través de frases o imágenes de gran impacto.
“Es importante resaltar al personaje que está tras de estas imágenes. En la actualidad se ha hecho reconocimiento artístico a esta forma de expresión e incluso se ha llevado a los museos. No deja de ser discutido su categorización dentro del arte. Su elaboración es ilegal cuando se realiza en espacios públicos, por eso fácilmente se puede confundir con un acto vandálico”, explicó.
La profesora ve que el crecimiento de grafitis en la ciudad puede ser una tendencia o moda que esté cobrando fuerza en la actualidad y por otra parte una manera de manifestar oposición frente a situaciones de la actualidad a nivel familiar, social y político, etc.
“A un grafitero se le debe dar el mismo trato que a todos los seres humanos: respeto. Pero debe existir una reglamentación frente a su práctica y ofrecerle espacios como ya se han hecho en otras ciudades como Bogotá para mostrarse como expresión artística”, concluyó.
“Hay que saber interpretar los grafitis”
Paloma Bahamón Serrano, socióloga de la Universidad Nacional de Colombia y docente del Centro de Estudios Sociohumanísticos de la Unab afirma que antes de calificar un grafiti como arte o comportamiento antisocial es conveniente decir que el grafiti es como un medio de expresión al que recurren los ciudadanos por distintas razones, una de ellas, precisamente, las pocas garantías que existen para ser visibilizados, reconocidos, escuchados.
“Un grafiti puede ser estéticamente elaborado, básico, complejo, puede tratarse imagen abstracta o descriptiva, de una frase clara y contundente o enigmática, puede ser superficial, profundo, amoroso, rabioso…etc, pero ante todo es un recurso simbólico que está evidenciando la necesidad comunicativa dentro de una sociedad con dificultades para reconocer al otro, sobre todo al que rompe esa construcción cultural de lo típico, lo correcto, lo normativo”.
Según la docente, el grafiti es un sensor que puede indicar cómo se siente la gente. “Antes de borrar un grafiti, hay que leerlo, sentirlo, interpretarlo… aceptar la voz del otro que se manifiesta en el espacio público. Un buen administrador es aquel que se toma en serio lo que un grafiti manifiesta”.
Además reitera el trato respetuoso que merece un grafitero, pues “es un ciudadano con distintos motivos para hacerse entender de esa manera. Sonará absurdo pero le hacen un gran favor a la ciudad pues señala lo que muchas veces no queremos ver: asuntos no resueltos, carencias, malestar, pero también propuestas novedosas, soluciones, estéticas distintas, otras formas de ver la vida, diversidad. Es un asunto que va mucho más allá de la discusión sobre la ‘feura’ o ‘belleza’ urbana”.
Un filósofo con perspectiva artística
El filósofo, estudioso del arte y docente también del Centro de Estudios Sociohumanísticos de la Unab, Martín Alonso Camargo Flórez considera que el graffiti, como descendiente lejano de la caricatura y el cómic, es una de las manifestaciones más interesantes del arte contemporáneo en su vertiente urbana.
“Lo digo porque, sin importar su mensaje o calidad gráfica, en su forma se encarna la intención social de expresar públicamente un mensaje que no podría circular a través de otros canales – por ejemplo, un periódico, una revista o una publicación especializada- pero que, a pesar de este rechazo institucional, tiene una intención comunicativa, aunque chocante, sobre sus posibles receptores”.
Alonso Camargo destaca a grafiteros famosos que han hecho un trabajo de alto alcalnce estético: Blu (Italia), Os Gêmeos (Brasil), Nunca (Brasil), Sixeart (España) o Guache (Colombia).
“Sospecho que el aumento de los graffitis en sectores como Cabecera puede estar vinculado a la sensación de pérdida de lo urbano como sitio de experimentación estética. De algún modo, el exceso de modernización arquitectónica implica un proceso paralelo de pérdida de la apropiación imaginaria de los espacios urbanos que lleva a que sus usuarios y habitantes tengan que romper con los cánones impuestos por ciertas visiones del mundo”.
Ya en términos legales cree que una forma de encontrar un punto medio es ver el ejemplo de Bogotá, donde mediante Idartes (Instituto Distrital de las Artes), fueron convocados diversos artistas urbanos para intervenir espacios específicos de la calle 26, incluyendo a diversos graffiteros, de forma tal que pudieran coincidir los intereses individuales de estos artistas con el espacio común de esta vía pública.