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Nuestra Gente, Portada

Recuerdos de más de 50 Semanas Santas

Flor Ángela empezó a vivir la Semana Santa junto a sus padres en Turmequé, Boyacá, desde muy pequeña. Una vez se mudó a Bucaramanga, continuó participando a las celebraciones litúrgicas en la parroquia San Pío X. – César Flórez / GENTE DE CABECERA

A sus 80 años, Flor Ángela Muñoz de Rodríguez asegura haber perdido la cuenta del número de Semanas Santas de las que ha participado.

Recuerda con mucha claridad que desde muy pequeña sus padres las llevaban a las procesiones del Domingo de Ramos, y Jueves y Viernes Santo en el municipio de Turmequé, Boyacá, dónde nació.

“Recuerdo que íbamos a la celebración del Domingo de Ramos, al lavatorio de pies el jueves y comíamos el plato de los siete potajes. Yo disfrutaba mucho de la fiesta del domingo de pascua por todo el regocijo alrededor de la resurrección de nuestro señor Jesucristo”, comenta.

Asegura que el fervor y respeto por las tradiciones religiosas que sus padres le enseñaron de pequeña las mantiene aún, y ha logrado trasmitírsela a su hijo y nieto.

“Así como ellos me trasmitieron esas costumbres las mantengo y se las trasmití a mi hijo y a mi nieto, con el fin de que se mantenga ese legado”, agrega.

Las restricciones

Como en muchas familias colombianas, recuerda las prohibiciones que le hacían sus padres los días santos, especialmente el viernes sobre actividades como jugar o hacer algún tipo de oficio.

“El viernes anteriormente era un día de muchísimo respeto porque se evocaba la muerte de Jesucristo. Por eso no se podía jugar ni tampoco hacer cosas como barrer. Además debíamos dejar de comer carnes rojas ese día. Mientras que el jueves era un día para celebrar la abundancia y ahí si disfrutábamos de comer siete diferentes tipos de carnes”, recuerda.

Al igual que en muchas familias colombianas, la de Flor Ángela guardaba constumbres como la de no comer carnes rojas el Viernes Santo, así como evitar jugar o realizar acciones cotidianas del hogar, por respeto a la pasión y muerte de Jesucristo.

“Los tiempos han cambiado”

Llegó a vivir a Bucaramanga a la edad de 25 años, cuando se casó con su esposo, Reinaldo Rodríguez, por allá para el año 1963 y desde ahí ha vivido en Cabecera. Asegura que aunque las celebraciones litúrgicas se mantienen, la afluencia de gente ha disminuido bastante.

“Ahora es más común que las familias se vayan de paseo a la costa o para otras partes. Anteriormente eso no se veía mucho, pues esos días eran de mucho fervor. Ahora la gente participa menos de las actividades”, señaló.

Cree que este fenómeno se debe a la modernidad y el afán de la vida misma. Sin embargo, asiente que la familia bumanguesa es muy fiel a Dios y aún intentan rescatar las tradiciones y trasmitirlas a sus hijos.

“Cada vez los padres son más jóvenes y ya no tienen esa misma religiosidad que teníamos las personas de antes. Por la modernidad y tal vez por sus ocupaciones prefieren dedicarse a descansar. A pesar de eso, Bucaramanga es una ciudad bastante religiosa y aún se ven familias enteras que asisten a las celebraciones en unidad y eso es muy bonito”, concluyó.