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Columnistas

Coja y esquivando zancadillas

GENTE DE CABECERA

Santiago Gómez – Decano de la Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes de la Unab

La Sala Disciplinaria del Consejo Superior de la Judicatura determinó esta semana en una sentencia que “exigir buena ortografía no es acoso laboral”. A eso le dedican tiempo nuestros jueces, desafortunadamente. Y eso no es culpa del sistema que tanto criticamos, sino a una cultura de la comodidad y mediocridad rampante, de la cual somos protagonistas los ciudadanos y que está presente en muchas más instancias de las que uno podría suponer.

Que el sistema de justicia deba gastar recursos en sentenciar, con todo lo que ello conlleva en una estructura saturada y desbordada como la colombiana, que pedirle a los trabajadores las competencias mínimas requeridas para el buen desempeño de sus trabajos no solo no se tipifica como acoso laboral, sino que también es algo necesario, parece una mala historia del realismo mágico macondiano, propio de lo que se solía llamar una república bananera.

Que haya ciudadanos que se atrevan a acusar a sus jefes exigentes de acoso, por el hecho de hacerles evaluaciones para medir sus competencias laborales, retrata franca y descaradamente el estado de pereza y poquísima intención de superación de una parte de la sociedad colombiana.

Que sucedan casos como estos, ejemplifica también, con una claridad que avergüenza, el hecho de que Colombia sufra cada vez que se publican los resultados de las pruebas que miden internacionalmente dichas competencias, así como también, la realidad según la cual el sistema educativo deforma en competencias lectoras y escritoras a unos estudiantes que mayoritariamente no valoran la importancia de la ortografía y la redacción, por culpa de unos jefes que no tienen ni lo uno ni lo otro y de unos formadores que se preocupan cada vez menos por la forma que por el fondo, por el proceso que por el producto.

Casos como este evidencian que en este país el sentido de autocrítica desapareció. Que una citadora de despacho judicial cuya función era precisamente proyectar y redactar autos, interponga una demanda contra su jefe por exigirle buena ortografía, indica que en este país continuaremos perpetuamente culpando siempre a los demás por los errores propios. Y así no vamos a ningún lado.