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Nuestra Gente

Cuando las cometas flotaban en los cielos de Cabecera

Al finalizar el bachillerato, Armando cursó algunos semestres de Ingeniería Eléctrica en la UIS. Pero empezó a trabajar en fotografía y producción audiovisual, y se ha dedicado a esta profesión desde entonces

Diana Lucía Díaz Patiño/GENTE DE CABECERA

 

Cada vez que llegaba el mes de los vientos, en las décadas de los 50 y 60, la zona de Cabecera era una de las preferidas para que familias enteras de bumagueses vinieran a elevar sus cometas.

Así lo recuerda Armando Pereira, quien literalmente hacía su ‘agosto’ fabricando y vendiendo estos juguetes voladores a sus amigos y vecinos.

Desde 1956, cuando tenía 4 años, él vivió con sus padres y sus 6 hermanos en un ranchito ubicado en el lote donde actualmente funciona el Éxito de Cabecera. Allí, su padre trabajaba para la naciente constructora Urbanas, liderando la cuadrilla de mantenimiento de los lotes y cuidando la maquinaria y herramientas de tipografía.

Mientras tanto, Armando combinaba sus estudios en el Instituto Caldas con los juegos y pilatunas propias de la edad. Cuando ya pasaba los 8 años, aprendió de sus vecinos, “los Galán”, a elaborar las cometas.

“Llegaba agosto y nos íbamos a la quebrada del Jardín porque allá es donde sale la caña brava, que tiene que estar seca (…) así es más liviana, parecida a un balso, es muy flexible y fácil de trabajar”, cuenta Armando.

Con la caña partida en 4 partes, medida “a ojo” según el tamaño de cometa deseado, continuaba con la recolección de la materia prima para sus creaciones: papel vejiga (hoy extinto), pita, sábanas y camisetas en desuso para elaborar la cola y almidón de yuca, el cual funcionaba como pegante.

“Yo hacía cometas de hasta 2 metros, y las vendía por ahí a 10 o 15 centavos”.

Se las compraban los mismos compañeros de estudio, los vecinos y otros visitantes que venían al sector a compartir la tradición de agosto.

Aquí se observan los lotes donde luego se construirían las diferentes etapas comerciales de Cabecera. Allí se congregaban las familias bumanguesas para elevar cometas cada agosto

Los tiempos cambian

Fue hasta los inicios de la década de los 70 que empezó la construcción de las etapas comerciales de Cabecera.

Hasta entonces, decenas de familias se aglomeraban en los lotes aún vacíos, ideales por su extensión y por estar a cielo abierto, para disfrutar de la tradicional elevación de cometas.

“Eran momentos muy bonitos de integración entre la familia, los amigos, realmente la camaradería que nacía… también recuerdo que uno jugaba a la cometa que más se elevara, la más grande, la que mejor forma tuviera, entonces había estrellas, cajones, cruces, muchísima variedad de cometas que uno podía armar”, rememora Armando.

Y aunque la tradición de elevar cometas continúa, elaborarlas es cada vez menos común.

“Este tipo de cometas ya no las hacen casi, porque es muy dispendioso hacerlas, porque la caña ya no se encuentra fácilmente, entonces compran las cometas, y la mayoría son importadas”.

De su niñez, vivida en una Cabecera muy diferente a la actual, lo que más extraña Armando es la posibilidad de jugar en la calle, de encontrarse cara a cara con los compañeros, y ese diario convivir que a su modo de ver, creaba y fortalecía verdaderas amistades.

“Yo haré esto hasta que muera”

A sus dos hijas y su hijo, Armando siempre les construyó cometas y compartió con ellos su gusto por jugar con el viento.

“Incluso todavía salimos, aunque el año pasado le hice una cometa a mi hijo, no la supo elevar y la partió toda, porque eso hay que saberla elevar también”, cuenta Armando entre risas.

Y es así, con muchas sonrisas, paciencia y destreza, como él va armando cometa tras cometa, mientras explica cada paso y revela secretos como la ubicación de los vientos, aquellos puntos de equilibrio necesarios para que haya vuelo, o el peso que debe tener la cola.

“Yo haré esto hasta que me muera porque me fascina”, concluye.